El fenómeno social de los indignados, que desde hace un tiempo recorre el mundo contagiando a cientos de jóvenes, llega a Venezuela y se refugia en la figura del voto. En esa figura tan importante que representa la expresión de nuestra decisión y en otros casos el chantaje de “los menos malos” para conquistar espacios de poder.
En un país esencialmente joven y no sólo por percepción o madurez, sino porque las estadísticas oficiales así lo ratifican, preocupa enormemente que aun cuando desde 2007 nuestra generación ha levantado las banderas de la libertad y la participación, nuestros pares muchas veces no se vean identificados con esos ideales. Y entiendo que este es un país que deprime, una nación donde no están dadas las condiciones para que los jóvenes forjemos un camino digno donde el trabajo y nuestro esfuerzo nos permitan obtener nuestras propias cosas: un empleo, una vivienda, formar una familia. Lo que no logro entender es cómo no encontramos en eso una fuente de motivación para cambiar, para echar el resto y decir con orgullo que intentamos cambiar las cosas y ¿por qué no?, que las cambiamos.
Veo consternado que tenemos que hacer una especie de plegaria a cada joven para que vaya y asuma su derecho y su deber de inscribirse en el Registro Electoral, para que se exprese y haga escuchar su voz. Creo que hemos agotado todos los esfuerzos: campañas llamativas, atractivas y dirigidas exclusivamente a los jóvenes para motivarlos a que participen, hemos dado miles de asambleas y charlas exponiendo la importancia de la participación, hemos estado en la calle motivando a los chamos para que se inscriban; y aunque hemos avanzado, sigue siendo absurdo el número de jóvenes que no se han inscrito y que con toda seguridad no se inscribirán en esta oportunidad.
Los he llamado los indignados del voto, esos que se están refugiando en el típico: “¿para qué? Si eso no sirve de nada. Siempre ganan los mismos”, y han dejado que otros se expresen por ellos, o peor aún, han decidido no expresarse teniendo el derecho de hacerlo. ¡Qué inmadurez!
Por muchos años he visto que quienes votamos (incluso los que hemos votado en blanco) no resolvemos todo, en muchos espacios seguimos siendo gobernados por malos gobernantes, pero en otros casos hemos logrado cambiar realidades, hemos dado un vuelco a la situación que vivimos y demostramos que quienes participamos tenemos el derecho a exigir. Sin embargo, quienes no votan no han generado nada, ni en Venezuela ni en ninguna otra parte del mundo, sólo lograron perder la oportunidad de expresarse. Y esto no es chantaje, es realidad.
“Cuando se quema la comida la culpa no es de la cocina, es del cocinero” de esa misma forma les digo que en una elección en la que los resultados no sean los que esperamos, la culpa no es de los que votaron (por un bando o por el otro), sino de aquellos que teniendo la oportunidad de hacerlo, prefirieron quedarse en casa.
RBR
En un país esencialmente joven y no sólo por percepción o madurez, sino porque las estadísticas oficiales así lo ratifican, preocupa enormemente que aun cuando desde 2007 nuestra generación ha levantado las banderas de la libertad y la participación, nuestros pares muchas veces no se vean identificados con esos ideales. Y entiendo que este es un país que deprime, una nación donde no están dadas las condiciones para que los jóvenes forjemos un camino digno donde el trabajo y nuestro esfuerzo nos permitan obtener nuestras propias cosas: un empleo, una vivienda, formar una familia. Lo que no logro entender es cómo no encontramos en eso una fuente de motivación para cambiar, para echar el resto y decir con orgullo que intentamos cambiar las cosas y ¿por qué no?, que las cambiamos.
Veo consternado que tenemos que hacer una especie de plegaria a cada joven para que vaya y asuma su derecho y su deber de inscribirse en el Registro Electoral, para que se exprese y haga escuchar su voz. Creo que hemos agotado todos los esfuerzos: campañas llamativas, atractivas y dirigidas exclusivamente a los jóvenes para motivarlos a que participen, hemos dado miles de asambleas y charlas exponiendo la importancia de la participación, hemos estado en la calle motivando a los chamos para que se inscriban; y aunque hemos avanzado, sigue siendo absurdo el número de jóvenes que no se han inscrito y que con toda seguridad no se inscribirán en esta oportunidad.
Los he llamado los indignados del voto, esos que se están refugiando en el típico: “¿para qué? Si eso no sirve de nada. Siempre ganan los mismos”, y han dejado que otros se expresen por ellos, o peor aún, han decidido no expresarse teniendo el derecho de hacerlo. ¡Qué inmadurez!
Por muchos años he visto que quienes votamos (incluso los que hemos votado en blanco) no resolvemos todo, en muchos espacios seguimos siendo gobernados por malos gobernantes, pero en otros casos hemos logrado cambiar realidades, hemos dado un vuelco a la situación que vivimos y demostramos que quienes participamos tenemos el derecho a exigir. Sin embargo, quienes no votan no han generado nada, ni en Venezuela ni en ninguna otra parte del mundo, sólo lograron perder la oportunidad de expresarse. Y esto no es chantaje, es realidad.
“Cuando se quema la comida la culpa no es de la cocina, es del cocinero” de esa misma forma les digo que en una elección en la que los resultados no sean los que esperamos, la culpa no es de los que votaron (por un bando o por el otro), sino de aquellos que teniendo la oportunidad de hacerlo, prefirieron quedarse en casa.
RBR
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