El domingo pasado fuimos muchos los que tuvimos la oportunidad de escuchar, de parte del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, la información que confirmaba la muerte del terrorista Osama Bin Laden. No fue el hecho en sí, sino la celebración de miles de ciudadanos en Estados Unidos y en muchas partes del mundo, lo que me hizo reflexionar y compartir con ustedes mi visión de los hechos.
Soy un fiel creyente de la Paz y el respeto de los Derechos Humanos, es por ese motivo que pienso que las políticas de guerra y la muerte como instrumento para la resolución de conflictos, nunca llevarán a buenos resultados, o al menos no de forma permanente en el tiempo. Cuando escuché la noticia sobre la muerte de Bin Laden, no puse en duda y de hecho, respeto que en el seno de aquellas familias que hoy están incompletas como consecuencia de sus acciones, se sintiera un aire de liberación, la satisfacción de haber encontrado alguna respuesta a su situación, y ¿por qué no?, un sentimiento de alegría.
Sin embargo, cuando el patriotismo te lleva a celebrar el deceso de una persona, no dudo que estamos frente a una conducta morbosa de aprobación de la muerte como forma de hacer justicia. No justifico, ni justificaré nunca las acciones de Bin Laden, pero los Derechos Humanos deben ser para todos por igual, si nos permitimos concesiones en esa materia entramos en un círculo vicioso y carente totalmente de objetividad. Desde mi punto de vista, bastante fundamentalista y totalmente abierto al debate, Bin Laden tuvo que haber sido apresado y sometido a la justicia y que fuera ahí, en un tribunal donde se le impusiera su condena.
Siempre me he preguntado ¿quién da la autoridad para matar?, o mejor aún, ¿quién otorga a las grandes potencias del mundo, el beneficio de la muerte como sustituto de la justicia? Tomar acciones como esta sólo promueven que aumente el odio y que entendamos como correcto el hecho de matar a quien ha matado. Quien toma la justicia por sus manos se niega al avance que como sociedad globalizada, hemos logrado en la aplicación de la justicia a través de un sistema imparcial, aún cuando en muchos países deja mucho que desear, como en el caso de Venezuela.
Abro el debate más allá del fanatismo y de las posiciones extremistas, quisiera que encontremos los matices y que humanicemos los criterios para encontrar una respuesta para todos aquellos que tenemos este gran dilema.
RBR
No hay comentarios:
Publicar un comentario