En estos días me enteré de la agresión física de un gran amigo, mejor dicho, de un hermano de esos que la vida te pone en el camino y que agradeces por siempre.
Saliendo de un juego de béisbol y acompañado de su padre con quien comparte su pasión por los deportes, fue agredido por 5 personas desconocidas que lo golpeaban por el simple hecho de pensar diferente. Los golpes fueron más allá de lo físico, golpearon el orgullo y las ganas de un joven que lucha sin descanso por un mejor país, golpearon la tolerancia y dejaron al descubierto la división y el odio en el que vivimos.
Los golpes pasan, pero el daño queda. Queda el miedo de vivir en un país donde los ciudadanos estamos colmados de indiferencia, donde vemos sin asombro las barbaridades que pasan a diario con la excusa o el pensamiento errado de que esa conducta nos salvará de ser el próximo. Ante toda esta situación me pregunto: ¿será que perdimos la conciencia del valor de la vida? ¿Será que renunciamos a la libertad sin dar el último esfuerzo? ¿Será que le entregamos el país a la desidia y nos convertimos sólo en inquilinos?
Es difícil creer que el odio no ha tocado nuestras puertas, pero en lugar de trabajar por evitarlo, asumimos la indiferencia y con ella nos hacemos responsables de dejarlo propagarse libremente. Admiro profundamente a mi amigo por salir con la frente en alto y por reafirmar su convicción de seguir trabajando en este país, estoy seguro que tarde o temprano lograremos hacer realidad lo que soñamos.
RBR
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